jueves, 11 de octubre de 2012

Protesta, !hazte oír¡

"Salir a la calle y protestar
no sirve de nada"

Una de las múltiples protestas de empleados públicos.
(c) Quato, de libre uso.
Un mantra que oigo y me repiten constantemente, no importa si son de etiqueta de izquierdas o de derechas, si son jóvenes, de mediana edad o mayores, hombres o mujeres, ricos o pobres, parados, trabajadores, jubilados,...

Tan sólo apoyados en un ‘líder-presidente’ y sus acólitos que repiten constantemente que debemos remar juntos, unidos, haciéndonos entender que lo que hacen es bueno para nosotros, mientras rebuscamos en la basura, vamos a comedores sociales o nuestros hijos pasan hambre de comida, de educación, de sanidad y de bienestar.

Con el andamiaje del miedo, de la ignorancia y del sin criterio se mueve la masa, al principio buscando salvadores (sindicatos, partidos, organizaciones) que los defiendan y hagan el trabajo sucio, que peleen por ellos y exigiendo que den soluciones cuando ni siquiera está afiliado o aquel que lo está y cree que con ello paga unos servicios de defensa; sin darse cuenta de que quién ha de salvarse es cada uno a sí mismo, porque de lo contrario se meterán en una espiral de subvaloración, de resignación y de esclavismo como nunca en su vida conocieron.

Tú, si tú, hombre o mujer hoy no protestas por miedo tal vez a perder tu trabajo, a que te pongan una multa, a que alguien te insulte; pero mañana verás que te despiden porque te has puesto enfermo, estás embarazada o porque el empresario de turno le has caído mal por un comentario de fútbol, un chiste religioso, no te dejas tocar el culo o lo que se le antoje al señorito tras haber discutido con su mujer por el destino de las vacaciones.

Al día siguiente vendrá otro más sumiso que tú a cubrir tu puesto acuciado por la desesperación, que ya no sólo no protestará y como tú se callará su opinión, no reclamará por sus derechos fundamentales; no comentará nada porque permanecerá callado ocho horas pensando que tiene trabajo y al menos en casa hay pan, y lo seguirá haciendo cuando le bajen el sueldo, y aún se callará cuando no pueda ver a sus hijos porque el jefe ha decidido que por ese mismo dinero ha de trabajar otras ocho horas más.

Y llegará a casa tan cansado, tan harto de todo, tan muerto por dentro que ni hablará con su mujer, que si no tiene la suerte de trabajar (si suerte porque la mujer volverá al rol que un político machista y ultra católico ha decidido para ella) le tendrá la cena en la mesa para que viendo una tele con propaganda en sepia comparten el tiempo de verse sin mirarse lo que eran y en lo que han quedado.

Y sus hijos con mirada ausente pero vivos, encorvados sobre unos cuadernos heredados de años se aplicarán a hacer los deberes para aprender que lo español son los toros, la mantilla y el negro, que al señor de alzacuellos hay que besarle la mano y estar agradecido de que él es el único que puede salvarte cuando mueras y que los señores con gorra de plato, tricornio o traje azul no sólo hay que respetarlos; sino temerlos. Sí, aprenderán que tener y poder es lo más, pero que sólo está al alcance de los listos, porque los pobres de necesidad es lo que Dios ha provisto para ellos. Le recordarán que siempre habrá pobres y habrá pobreza y con esa máxima se darán la vuelta riéndose de tí, mientras miran su reloj de cien mil euros impacientes por tomarse un vermut con el obispo y el ministro elegido por una élite económica.

Y llegará un tiempo que cuando un domingo no tenga que arreglar su casa con trozos de papel, plástico o madera encontrados en un vertedero y pasee por las calles de su ciudad, mirará como el director de su antigua sucursal toma café en la cafetería de moda junto a la mujer florero que su posición y dinero le permiten. Si, ese mismo que antes, cuando tenía en su cuenta treinta mil euros, le invitaba a su despacho a hablar con él para venderle preferentes o concederle una hipoteca que nunca podrá terminar de pagar. Le mirará con envidia, a través del cristal esmerilado, por estar sentado ante una mesa con un café humeante, y deseará su posición de tan velado que tiene el pensamiento por horas y horas de servilismo y lavado de cerebro que es incapaz de reconocer que él pensó hace poco tiempo que ser libre, ser persona era lo único importante y que todo lo demás devenía de esto.

Y cuando llegue el invierno, sus hijos se arrebujaran en el comedor de la casa del banco, bajo mantas de la abuela ya fallecida lo cual agradece por ser una boca menos que alimentar, porque no tiene un céntimo que dedicar a la calefacción, esa que existe pero no se enciende hace años. Los verá tiritar y ponerse tan enfermos que no le quedará más remedio que, el dinero que guardaba para el futuro de sus hijos, usarlo para que venga el médico de pago quien diagnosticará la enfermedad y recete una medicación que no podrá pagar y que sólo podrá paliar a base de remedios caseros.

Si, sigue en casa, sigue allí y no salgas a protestar. Sigue sin hablar, sigue sin chillar en el trabajo, en la call, en el bar, sigue sin demostrar tu indignación, sigue hasta que por dentro no te quede nada, no seas nada.

Entonces, cuando caigas de rodillas, llorando de impotencia porque tu mujer tiene cáncer de mama y no puedes pagar su vida, te acordarás de que salir a la calle si sirve porque significa no rendirse, significa no doblegarse, significa luchar por ti, por tu futuro y por el de los tuyos.

Así, si eres de los que no sales, de los que piensan así, te pido encarecidamente que no me digas que no salga, que no sirve como haciéndome creer que te perjudico a ti y al resto de los españoles. Lo hago, por mí, por los míos y por los tuyos, aunque tú no lo veas así. Déjame salir y gritar a este Gobierno, porque yo no he provocado esto ni le he quitado a los ciudadanos sus derechos.

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